Segundo caso: Sergio

Sergio tiene 15 años. Proviene de una familia con dinero. Se ve como un creativo, un artista, un individualista. Entre los 6 y 7 años vivió en un lugar que describe como “suburbio ordinario” donde, si alguien tenía una bicicleta con tres velocidades, todos la querían tener, pero él no. Esto lo definió de alguna manera. La familia no se parecía a todas las demás, sobre todo el papá, no era “de esos que se iban al jardín a enseñar a tirar la pelota”. Era profesor universitario y luego paso a dirigir un centro de cine. En la casa se pasaban películas y muchos universitarios llegaban a verlas, tomar y a conversar. A él le gustaba mucho, se preguntaba que estaban haciendo. Odia la idea de ser típico, (dice que su padre era típico y pero en la universidad se reveló). Actúa en un teatro infantil. La madre es el orden para él. Le gusta el orden pero no es ordenado al igual que el papá.

Con la computadora, lo que le gusto, fue que el le podía dar órdenes y eso le llamó la atención porque halló la manera de ejercer control. Esta idea la encontró también en los juguetes (carros, títeres de fabricación casera), aunque había una clase de juguetes que eran amenazadores para él, eran los juguetes menos pasivos. Esto porque, por ejemplo con un robot que le dieron cuando era niño, lo odiaba porque hacia cosas que no estaban previstas para él (caminar, encender luces, etc.) Y cuando se le gastaban las baterías caminaba pero el no sabía cuando, en fin, él no sabía cuando el robot iba a hacer alguna cosa y eso lo frustraba hasta el punto de tirarlo y destruirlo. No le gustaban los juguetes con pila. No le gustaban las máquinas porque pensaba que si hacía algo mal se podían romper e iba a ser su culpa, algo así le pasó cuando vio por primera vez la máquina de escribir de su papá.

Utilizó el mismo programa que Débora. Rechazaba las prácticas ordenadas de programación por computadora, aunque sabía que si las ignoraba sufriría inconvenientes. No tomaba notas y si lo hacía las perdía. El producía, en sus figuras, movimientos salvajes, descontrolables y en lo posible inexplicables. Él quería que la máquina sea impredecible. Concibe a las computadoras como perfectas, porque, cuando uno las maneja, se sabe muy bien lo que van a hacer y por eso le gustaba pensar como hacer cosas que no parecieran tan perfectas. Dice que las personas no son perfectas y que esa es la diferencia con las computadoras. Le atrae la computadora en la medida que le puede dar órdenes.

Lo que odia de las computadoras es que, al ser perfectas, puedan constituir una amenaza a la imperfección de las personas y que puedan reducir la diversidad de la gente. Lo que le gustó de las computadoras fue que podía hacer cosas por el mismo, cosas que nadie ha hecho.

Turkle, nos dice que Sergio usó la computadora, no para “jugar con lo que no era”, si no para externalizar lo que sentía que era, una persona caótica. (Turkle, 1984: 153) Expresó su identidad llevando su desorden a la pantalla de la computadora. Formó una ideología de lo que es ser una persona, a partir de su experiencia rehúsa a que le dicten órdenes (aunque de cierto modo le gusta), no es predecible, es emocional, no es perfecto, es un ser no computadora.

Sergio llega con una manera emocional conflictiva, necesita incorporar su propio desorden a la situación y desaparecer la sensación de que la computadora es autónoma.

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